Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón
Claudio, descubierto por la guardia pretoriana temblando de miedo tras una cortina, es proclamado emperador después del asesinato de Calígula
Las innumerables reformas de Augusto, continuadas más tarde por sus sucesores, crearon una maquinaria administrativa bien engrasada, capaz de gobernar hasta el último rincón de un Imperio que se extendía desde Hispania hasta Siria, y desde Normandía hasta Egipto.
Gracias a estas transformaciones, el ordenamiento imperial se convirtió en una estructura sólida, cuya eficacia mejoraba cuando al frente se encontraba un emperador capaz, pero que también podía resistir las veleidades de los monarcas estúpidos o crueles.
Por eso, aunque los sucesores de Augusto, los emperadores Julio-Claudios, se hicieron célebres por sus locuras, los cuadros medios y bajos de la administración siguieron funcionando, y en las provincias apenas sufrieron los desmanes de unos emperadores que sumieron la ciudad de Roma en el terror.
El primer sucesor de Augusto fue Tiberio, un gran general, inteligente y capaz, pero al que las circunstancias habían obligado a ejercer un poder absoluto que repugnaba a su talante aristocrático y a su espíritu conservador. Tiberio despreciaba profundamente la adulación a la que se habían visto reducidos los senadores, y poco a poco su carácter reservado derivó en una profunda misantropía.
Pero el imperio siguió funcionando sin sobresaltos, aunque Tiberio pasó los últimos 10 años de su vida retirado en la isla de Capri, después de haber dejado el gobierno en manos de un ministro, sin querer firmar más órdenes que las que llevaron a la muerte a decenas de senadores, conjurados para deponerle.
Su sucesor, Calígula, se creía un dios en vida, y mandó arrancar las cabezas de todas las estatuas de los dioses de su palacio para colocar la suya. En cierta ocasión, enojado con Neptuno, señor de los mares, le declaró la guerra, y ordenó a sus legiones que lanzaran sus venablos al agua y que como botín recogieran centenares de conchas, que hizo enviar a Roma en preciosos cofres para adornar su triunfo. Tras haberse atraído el odio hasta de sus colaboradores más cercanos, Calígula murió asesinado cuatro años después de iniciar su reinado.
Sin saber muy bien qué hacer, la guardia pretoriana recorrió el palacio imperial en busca de un sucesor, y encontró al tío de Calígula, Claudio, temblando de miedo tras una cortina. Los pretorianos resolvieron al punto convertirle en amo del mundo, y este hombre de cincuenta años, al que todos habían considerado un estúpido, que tartamudeaba al hablar y caminaba cojeando, fue capaz de regir el Imperio con justicia y sabiduría, mejorando sustancialmente el funcionamiento de la administración.
Respecto a su sucesor, Nerón, ha quedado como ejemplo de la depravación a la que puede conducir un poder inconmensurable, cuando se deja en manos de un muchacho vanidoso y cruel.
Y mientras tanto, sin embargo, las provincias eran ricas y prósperas, los caminos y las fronteras seguros, los jueces y los gobernantes eficaces.
Como Calígula, Nerón también murió de modo violento, en el año 68 d.C., cuando fue obligado a quitarse la vida.
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